Tangalanga: El hijo de italianos más gracioso

Tangalanga probablemente sea el argentino con más alias. Raúl Tarufetti, Cantaluppi, Durañona. Rasetti, Raúl Fioritto, Gandolfi, Faldutti, etc. Pero su verdadero nombre era Julio Victorio De Rissio. Hijo de italianos, nació en Balvanera, muy, muy cerquita del Congreso el 20 de noviembre de 1916. Era el menor de siete hermanos. Tangalanga de chico tenía el pelo muy colorado. Y le decían de todo: cabeza de tuco, fosforito, cabeza de fósforo. En fin, un rosario de cargadas. Pero además poseía una gran caligrafía. Y en ese sentido, el maestro de sexto grado le hacía anotar en el pizarrón los alumnos que llegaban tarde. El escribía con esmero: Rodríguez, Falsioni, Antoni y al lado alguna palabrota. El maestro lo levantaba en peso. Y Tangalanga respondía invariablemente, “Señor es la última vez…Por hoy”.

¿De parte de quién?

Tangalanga vivía en una casa con patio, y en la parte superior había un departamento con dos habitaciones. Cuando tenía 7 años apareció un matrimonio cuya mujer estaba embarazada. Lo vieron y alquilaron en el acto. Increíblemente dentro de la panza de esta señora estaba Nora, la que se convertiría en su esposa. Y que vino al mundo en la propia casa de Tangalanga. Se casaron en 1941. Y tuvieron dos hijos y cuatro nietos. Tangalanga estudió taquigrafía y dactilografía y comenzó a trabajar en Bunge & Born, de los 19 a los 23 años. Más adelante y debido a su buena letra ingresó en Palmolive. Cuando tenía 56 años lo llamaron de Odol y allí terminó su carrera. Pero ya antes había empezado su otra carrera que lo convirtió en ídolo.

Tangalanga el artista

Creo que a estas alturas ni hace falta contar que se hizo famoso en todo el mundo de habla hispana por sus bromas telefónicas. Todo empezó en 1962, cuando un amigo suyo, Sixto, había sido operado. Y debía estar en reposo las 24 horas. Para colmo era inquieto. Entonces, Tangalanga, ni lerdo ni perezoso lo iba a visitar. Se tomaba el tren hasta San Fernando tres o cuatro veces por semana. Y lo hacía divertir. Sixto tenía un perro, al que lo atendía un veterinario. Y que cobraba como si fuese Favaloro. A Tangalanga le habían obsequiado un aparatito para conectarse con el teléfono fijo y de ahí a una grabadora. ¡Una barbaridad! El resto es historia. Pero dejando de lugar las palabrotas, permítanme, lo de Tangalanga es arte. Por que es de un absurdo, una repentización e improvisación que deja boquiabierto a más de uno.

No importa la latitud. Si usted entiende el español está en regias condiciones de disfrutar. A mandíbula batiente. Descostillarse de la risa. Y aun más. En ese sentido Tangalanga es un clásico. Hasta los más pequeños lo disfrutan. Es imbatible. La gran mayoría de las grabaciones pasaron de mano en mano en cassettes. Como pan caliente. Y hacían las delicias de los jóvenes y los no tanto de los años 80’s. No importa el formato. La vigencia es total. Desenmascaraba a chantas. Y a algunos que le pasaban el dato de que eran muy cabrones. Y a algún que otro incauto, claro está. Todas excusas para hacernos reír eternamente.

Clásico

Tomaba los avisos del periódico. Y llamaba. Cuando le pedían su dirección, invariablemente terminaba en 1614. “Segundo patio, preguntar por Tito”, “de parte de mi sobrino”, “la rueda de auxilio pedía socorro”. Son solo algunos de sus clásicos inoxidables. Cadenas de zaguanes en los que se venden fósforos, la revista Trulalá, las encuestas del Mundial 86′. Tiene hoy día clubes de fanáticos por todo el mundo. Entre los que se contaban Luis Alberto Spinetta, Caloi, Tato Bores, etc. Y varios jueces de la Nación. Ha sido un genio. Realizó sus bromas hasta los 95. Y se fue a los 97. El 26 de diciembre de 2013. ¿En qué sentido me lo dice? ¡Me parece que aquí hay trampa! Su modo de hablar ya son parte de nuestra idiosincrasia. De nuestro ADN. ¡Gracias Julio!