Nuestros ancestros son o fueron inmigrantes. Padres, abuelos, bisabuelos. Las guerras, la miseria o las historias personales los hicieron trasladarse. Migrar en barcos atestados. Durante mínimo 40 días. Dejar su historia atrás, su lugar de orígen. Muchas son historias durísimas. Llenas de desarraigo y dolor. Muchos murieron sin regresar. Sin volver a su tierra. Pero quiero detenerme y reflexionar acerca de un rasgo. Todos los inmigrantes tenían algo en común: eran audaces.
La paradoja de los inmigrantes (el camino inverso)
Hoy en día muchos jóvenes argentinos hacen el camino inverso. Se convierten en inmigrantes en Italia u otros países de Europa. O Estados Unidos, etc. Hay algo de la nostalgia (aprendida) en ese regreso al origen. Una suerte de idealización. Algunos hasta triunfan. Siempre se puede regresar, los aviones y la tecnología permiten eso. Las distancias aparentemente se acortan. Hace falta audacia también, claro está. Acaso menor a la de los ancestros que realmente rompían con el pasado. Los más conservadores nunca se movieron. Suena necio no intentar progresar. ¿Pero a qué costo?
Inmigración y nostalgia
La mayoría de la inmigración italiana de principios de siglo pasado se adaptó muy bien. Hablaban correctamente el castellano. Se integraron y siguieron adelante. Pero la oleada inmigratoria que vino en la postguerra (creo) que no se adaptó tanto. Muchos abuelos italianos hablaban con marcado acento. Incluso después de haber pasado 40 años en la Argentina. Extrañaban todo. El pueblito, los paisajes, las comidas, los cítricos. Su mirada quedó anclada en esa infancia o adolescencia. Añoraban una Italia que ya no existía. Todos progresaron. Pero el dolor de la mirada de un viejo inmigrante habla por sí sola.
Nuevos inmigrantes
A todos nos gusta comer y beber italiano. Yo, en particular, disfruto de un Spritz y unos spaghetti frutto di mare (cuando puedo pagarlo). Pero nuestros abuelos o padres o bisabuelos comían y bebían lo que podían. Lo que había. Cuando podían. Dolor, hay mucho dolor en las historias de inmigración. Muchos queremos, consciente o inconscientemente, volver a ese origen. Con tal receta de la nonna, etc. Pero ahí está la paradoja. Estamos tratando de volver, de atrapar, de captar algo de eso. De un modo conservador. Que es todo lo contrario a la audacia que tuvieron ellos. Repito: nuestros parientes inmigrantes fueron grande audaces, valientes arrojados.
Inmigración interna
Yo fui inmigrante (de cabotaje). En la Patagonia (que es como otro país). Viví 6 años. Mi hijo es patagónico, construí. Estaba claramente decidido a vivir. Pero, a pesar de que la experiencia fue muy positiva y enriquecedora, nunca me sentí patagónico. Añoraba Buenos Aires, extrañaba todo. Ahí está la paradoja. ¿Fue un error volver? Probablemente. Dejé grandes amigos en la Patagonia, gente que me ayudó mucho, el mar. Pero había algo algo del orden de la identidad que me hizo volver.
No hay epílogo
Las historias de inmigración no tienen cierre. Creo sí que el error es irse a Miami a tomar mate y comer asado. O estar en Argentina añorando todo lo relativo a Italia. Hace falta audacia. Mucha audacia para irse. Yo en particular lo recomiendo. Pero no está exento de dolor. Guerras, conflictos estuvieron y lamentablemente estarán presentes. Ojalá, en cualquiera de los casos, tengamos la audacia de nuestros ancestros. Somos hijos, nietos o bisnietos de audaces. Hay que mirar hacia adelante. Ahí está la paradoja.