¿A dónde llevar a un italiano a tomar un verdadero cappuccino en la ciudad? Sin dudas, a Le Caravelle. Pasó el test de cuatro amigas calabresas que querían tomar el café all’italiana. Y todos sabemos que para un italiano el café que nosotros tomamos no es café. Un lugar apto para paladares exigentes.
Le Caravelle, ícono oculto a la vista de todos
Mi viejo me llevaba de chico a este mítico café. En plena peatonal Lavalle, más precisamente en el 726. Ya a media cuadra se veía gente en la puerta. El lugar estaba atiborrado de parroquianos (en su mayoría hombres), que sostenían parados su taza de café. Bebían y fumaban como si no hubiese un mañana. Casi el único idioma que se hablaba era el italiano. Y gran variedad de dialectos. Discusiones acaloradas de calcio, política, etc. Mi papá se pedía un ristretto y yo un submarino. Que tomaba mientras observaba en la vitrina las botellas de Strega, Sambuca y Amaro Averna. Y sobre la barra, infaltables, Il Corriere della Sera y La Gazzetta dello Sport.
Abierto desde 1962, sus dueños originales eran una tal familia Rocca. Luego se sumaron socios griegos, alemanes y santiagueños. Punto de referencia y de encuentro indiscutible de la colectividad italiana local. En su barra se acordaron desde César Luis Menotti hasta Guillermo Francella, pasando por Luis Landriscina. Eran épocas de gloria cuando la calle Lavalle aglutinaba a los cines y los restaurantes. Buenos Aires no dormía. Y Lavalle tampoco.
Secretos de un barista
Ángel Ricardo Soria, oriundo de Tucumán, trabaja desde hace 30 años en Le Caravelle. Nadie mejor que él para contarnos su historia. Pasó por todos los escalafones: lavacopas, mozo, cajero y barista. Recuerda las veladas en las que cantantes italianos aturdían a los clientes del pequeño gran café. Entre sus dos barras enfrentadas, en las buenas épocas, corrían las pizzetas y los sándwiches de pechuga de pollo. Despachaban la friolera de entre 3000 y 4000 cafés diarios. Nos cuenta el secreto del café. Es una mezcla de dos granos distintos brasileños. Y para preparar esa maravilla de cappuccino. La máquina debe estar a 60°, infaltable el cacao y la canela. Y su arte de barista que le da el golpe para que la espuma de leche levante a 3 cm. de la taza.
Resistiendo
El 30 de diciembre de 2016 el bar cerró sus puertas. Se vendió. Los ecos de las voces, el ruido característico de las máquinas ya no se oyó. Pero el silencio duró poco. El 7 de marzo de 2017 reabrió. Un grupo de clientes que no concebían estar sin el café aunaron esfuerzos y lo compraron. Y lo salvaron. Y con esa acción mantienen vivo a un lugar único. Ángel se lamenta de este presente. Jamás vio a calle Lavalle tan desierta. Pero todos sabemos que esto también pasará. Y que todos los martes y jueves entre las 5 y las 6 vamos a encontrar a esos señores italianos tomando su cappuccino. Resistiendo.
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